La Estrategia de Dios y la del Diablo
Cuando Moisés sacó a los judíos de Egipto contó con el apoyo del mismísimo Dios. Para Dios no fue suficiente con convertir el agua en sangre, ni las ranas y las moscas, tuvieron que ser diez las plagas que Dios arrojó sobre Egipto y su soberbio Faraón para que los israelíes marcharan hacia la tierra prometida y huyesen de la esclavitud a la cual se encontraban sometidos ¿Era voluntad de Dios causar tanto sufrimiento? ¿Era necesario?
No conforme con esto envió al ángel de la muerte para arrebatarle al faraón a su primogénito, y como corolario de su grandeza abrió las aguas del mar dándole paso a los judíos y arrasando posteriormente con el ejército egipcio. Por otro lado, desde que Luzbel fue desterrado del paraíso junto con otros ángeles que pretendieron desafiar la voluntad de Dios, siempre supieron que tendrían la batalla perdida. John Milton, en su poema épico El paraíso perdido, relata una reunión en el infierno, en la cual Satanás, Moloch, Belial y Belcebú discutían la estrategia a utilizar para vencer a Dios. Mientras unos hablaban de un ataque directo al cielo, otros hablaban de tomar a Dios por sorpresa. El debate fue prolongado y lo cerró Satanás diciendo: “nunca venceremos, así que hagamos todo el daño posible sobre la tierra, por el mayor tiempo posible”.
Y usted dirá, ¿qué tienen que ver estos relatos con estrategia? Es que, como dice el dicho, “el diablo está en los detalles”. Estas metáforas son absolutamente aplicables en el campo de la política, y si del ejercicio de gobierno o de una campaña electoral se trata, el candidato y su estratega deben reconocer en qué posición se encuentran y cuál de estos cursos de acción deben aplicar.
Cuando en 1945 el ejército soviético tomó la ciudad de Berlín, la II Guerra Mundial aún no terminaba; en efecto, Europa había sido tomada con la operación “Overlord”, pero el imperio del Japón seguía luchando en el Pacifico. Cuando el presidente Truman preguntó al comandante supremo de la guerra en el pacífico “¿cuánto durará la guerra?”, Mc Arthur estimaba que las hostilidades podían continuar cinco años más para someter por completo al Japón con un costo de al menos 10 mil vidas más de jóvenes norteamericanos. Era entonces muy claro tomar la decisión de lanzar un bombardeo masivo sobre el Japón, pero este debía ser devastador. No solo debía desmoralizar totalmente al Japón, además debía ser un acto de propaganda que apuntalara el poder de los Estados Unidos en el mundo.
Fue tanto el sufrimiento causado con las bombas de Hiroshima y Nagasaki al Japón que puede ser comparado con el sufrimiento que causó Dios al pueblo egipcio. No podía quedar lugar a dudas, no podía quedar ninguna capacidad moral o física para reaccionar al ataque, simplemente aniquilar toda capacidad en el enemigo e infundir un pánico tal en su población que cualquier intento de reaccionar estuviese descartado de antemano.
Otro ejemplo, por odioso que sea, es la forma como ejerce el poder la tiranía socialista venezolana desde sus propios orígenes; persecución, intimidación, prisión o represión, todas tienen por objetivo afectar la psique del enemigo y convertir cualquier intento de acción en eso, “un intento”.
En este caso las acciones de este tipo han sido precedidas por un proceso de neolengua o subversión cultural, a través del cual paulatinamente se va condicionando a la población a través del cambio del significado de las palabras, la creación de una nueva lengua y, en definitiva, la construcción de una narrativa distorsiva de la verdad. Así, la compresión del patriotismo -por ejemplo- queda reducida a lo que el régimen desea que sea patriotismo y obviamente son sus simpatizantes los patriotas, y quienes le adversan los apátridas; el pueblo es quien le sigue, y quienes le adversan, enemigos del pueblo, etc.
La “estrategia del diablo” obedece más a intereses de propaganda y agitación que al interés de alcanzar el poder. Las FARC permanecieron durante más de 50 años como grupo terrorista en Colombia, desde esa posición sabían que jamás alcanzarían el poder, sin embargo, tenían que justificar su existencia a través de todas las actividades delictivas que cometieron por más de 50 años. No importaba el poder, lo que importaba era permanecer en escena y condicionar al Estado a admitir cierta legitimidad en su lucha (pese a que la misma estaba sostenida sobre el delito). Esta forma de ejercer la violencia política es descrita en una obra magistral de Martin Van Creveld titulada Las transformaciones de la guerra; es hasta ahora la forma más radical de reinterpretar a Clauzewitz.
De igual forma, los movimientos políticos de nueva izquierda (feminismo, lobby LGBTI, animalistas, ecologistas, indigenistas, movimientos pro étnicos, etc) no procuran el poder. Pese a que los niveles de agitación y conflictividad que generan son elevadísimos (basta con mirar una protesta feminista), su aspiración real es someter al Estado al consentimiento de su causa para obtener recursos para financiarse. Su objetivo a través de esta “estrategia del diablo” no es el poder político en sí mismo, sino el sometimiento del poder político formal para alcanzar el control cultural; es probablemente lo más parecido a lo que Satanás y sus colegas conversaron en el infierno cuando decidieron no desplazar a Dios (recordando El paraíso perdido de John Milton).
De igual forma, el partido político Podemos en España inició su vida política a través de la agitación popular con pocas expectativas de llegar al poder; la participación de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón al frente del movimiento autodenominado “indignados” le valió cierta notoriedad, la cual -a su vez- sirvió para captar la atención de países como Venezuela e Irán, los cuales invirtieron ingentes sumas de dinero en financiar esta agrupación política con el fin de desestabilizar a España.
La situación de una opción política o un líder no es estática, es dinámica, cambiante; el capital político acumulado, tanto en términos económicos como de simpatías populares, constituye el principal indicio de cuál de estos cursos de acción asumir. Para quienes se escandalicen por utilizar casos como las FARC o la II Guerra Mundial para ejemplificar situaciones políticas, basta con recordar que el uso de la fuerza está subordinado a la consecución de un interés político (sea cual sea la naturaleza de este interés) y que sus medios, y cómo los use, lo pondrán a elegir entre usar “la estrategia de Dios” o “la estrategia del diablo”.